Suponga que usted está delante de “la mona lisa del norte” también conocida como “La joven de la perla”. Es una obra del maestro holandés Johannes Vermeer. No sabemos quienes fueron las modelos que posaron y tampoco sabemos mucho de la vida del artista. Ahora bien, es posible contar alguna historia sobre esta magnífica obra y, como se pretende ilustrar, cuando las personas son expuestas a un objeto que desconocen, su valoración depende, en gran medida, de lo que previamente le hayamos contado sobre el mismo.
Si estuviéramos haciendo el ejercicio de pararnos tres horas observando el cuadro podríamos mirar con detalle no solo las pinceladas al óleo, sino en las posibilidades sobre la identidad de la joven. Es posible hacer algunos ejercicios empleando nuestra capacidad para narrar alguna historia sobre la identidad de la joven.
Sabemos que Vermeer tuvo 11 hijos y también que una de las hijas podía tener 12 años en el momento en el cual se pinta el cuadro. Si una de las hijas fuera la modelo, esto podría presentar algún inconveniente para el pintor. La intimidad de la mirada y el hecho de que está con una boca sensual y abierta arroja suspicacias en la relación del padre y la hija. Definitivamente sería una representación impropia de su propia hija.
Vermeer vivía en la casa de la madre de su esposa. El pintor no tenía dinero, pero la familia de su parece que tiraba manteca al techo. De modo que es razonable pensar que podría ser una empleada. En este último caso la perla en su oreja representa un problema. Una empleada no podría pagar una joya como esta. De modo que también puede suponerse que la perla era de la esposa del pintor. Este escenario parece, una vez más, comprometedor para Vermeer. Imagine a Caterina (la esposa del pintor) sabiendo que su esposo está encerrado con la empleada en su estudio durante varios días, largas horas y, como si fuera poco, le encaja las joyas de la mujer a la joven y la pinta con mirada y boca provocativa.
De modo que, en las soluciones, servicios, experiencias que ofrecemos a nuestros clientes, colegas, comunidades e industria, tiene sentido contar no sólo el resultado final (la obra terminada) sino el proceso (la historia) mediante el cual llegamos al mismo.
Elaborar una historia sobre nuestro trabajo requiere mostrarlo. Esta es, desde luego, una forma distinta de operar. Compartir lo que hacemos, estar dispuestos a nutrirnos de otros puntos de vista, de colaborar de forma abierta, de exponer lo que sabemos.
La próxima vez que mire la obra de Vermeer, es posible que tenga algo para contar. La próxima vez que exponga una solución, conviene elaborar una historia interesante para contar.